jueves, abril 24, 2025
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“Ella se salvó sola” no debería ser una frase heroica. Debería ser una denuncia.

Por Tania Karina Martínez Cedeño

En un país donde la justicia rara vez escucha a las mujeres, Milagros de Jesús González decidió hablar. Rompió el silencio. Rompió también con el mandato de sumisión que por décadas ha silenciado a miles. Denunció por violencia doméstica a su esposo, Esdras Amado López, uno de los hombres más conocidos del espectro mediático hondureño. Y lo hizo con claridad: “No se trata de una persecución política. Es violencia. Punto.”

En Honduras, denunciar a un hombre es peligroso. Denunciar a un hombre con poder, con micrófono, con seguidores y cámaras a su disposición, es casi un acto suicida. Milagros lo sabe. Lo dijo con una serenidad que no es falta de miedo, sino exceso de valor: “Temo por mi vida.”

Pero no retrocedió.

Mientras su agresor enfrenta el proceso judicial en libertad, amparado por medidas sustitutivas, ella carga no solo con el trauma de la violencia, sino también con la maquinaria de descrédito que el patriarcado moviliza cuando una mujer rompe el pacto del silencio. El mismo sistema que permite que los hombres se reciclen, se victimicen y se protejan unos a otros en nombre de la política, del periodismo o del poder.

Este no es solo un caso entre dos personas. Es una alerta colectiva. Es una pregunta directa a la sociedad: ¿cuánto estamos dispuestas a soportar para proteger la imagen de los intocables?

Y en medio de este contexto sombrío, vale reconocer un hecho inusual pero necesario: la actuación de la Fiscalía. A diferencia de administraciones anteriores, marcadas por la inacción y el encubrimiento sistemático de los agresores con poder, esta vez la institución cumplió con su deber. El Ministerio Público no se escondió. Asumió su rol y presentó el requerimiento fiscal. Ese acto, aunque insuficiente por sí solo, envía una señal: sí se puede actuar cuando hay voluntad, sí se puede abrir paso a la justicia en medio del miedo.

Y hay un detalle brutal que no debe pasarse por alto: Milagros pidió auxilio. Lo hizo en el momento en que estaba siendo agredida, dentro de una oficina pública. Gritó, buscó protección, alzó la voz mientras era violentada físicamente… y nadie intercedió. Ni una funcionaria. Ni un testigo. El silencio fue la respuesta institucional y humana que recibió. Ese silencio no es neutral: es complicidad. Es reflejo de una cultura donde la violencia contra las mujeres se normaliza, se minimiza, se esconde tras puertas cerradas, incluso cuando ocurre frente a testigos.

Ese día, Milagros se salvó sola. Porque la sociedad y quienes estaban cerca eligieron no actuar. Y en esa soledad forzada, tomó una decisión que muchas no logran tomar por miedo, por pobreza, por vergüenza, por amenazas: denunció.

Lo hicieron otras antes que ella. También gritaron. También pidieron ayuda. También intentaron escapar. Pero no sobrevivieron para denunciar a sus agresores. Hoy, los nombres de esas mujeres caen como campanadas sobre nuestra conciencia. Y el eco de su silencio nos exige no callar más.

Y no están solas. Esta lucha no es solo de mujeres cis. También es de las mujeres trans, de las personas no binarias, de toda la comunidad LGTBIQ+ que enfrenta diariamente las múltiples formas de violencia machista, institucional y simbólica. En Honduras, ser mujer ya es una batalla. Pero ser mujer trans, lesbiana, no binarie o queer es enfrentarse, además, al desprecio sistemático de un Estado que niega sus derechos más básicos. La violencia patriarcal se encarna con particular crueldad sobre los cuerpos disidentes.

“Ella se salvó sola” no debería ser una frase heroica. Debería ser una denuncia. Porque ninguna mujer, de ningún cuerpo, de ninguna identidad, debería tener que enfrentar la violencia sola, defenderse sola, sanar sola, buscar justicia sola. Y sin embargo, lo hacen. Todos los días. Lo hizo Milagros.

Hoy no solo exigimos justicia para ella. Exigimos un país donde todas las identidades sean escuchadas al primer grito. Donde romper el silencio no sea una sentencia, sino una puerta hacia la vida.

Milagros habló.

Por ellas, por las que ya no están.

Por las que no sobrevivieron para contar su historia.

Por las que callaron demasiado tiempo.

Por las que aún viven atrapadas en casas que parecen tumbas.

Por las que resisten con el corazón hecho trizas y el alma encendida.

Por las niñas, por las trans, por las disidentes, por las invisibles.

Por las que tiemblan, por las que huyen, por las que no pueden más.

Por todas ellas alzamos la voz.

Por todas escribimos. Por todas luchamos.

Para que ninguna vuelva a salvarse sola.

Ni un paso atrás.

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