Por: Celeste Espinoza
Honduras vive una situación de emergencia a causa de la violencia generalizada, la que afecta de forma diferente a mujeres y hombres. A nosotras, además de soportar la violencia diaria que afecta al resto de la población, también nos toca sufrir tristemente todas las violencias basadas en género, es decir aquellas que nos suceden a nosotras con más frecuencia e intensidad por el hecho de ser mujeres: acoso sexual, violaciones, maltratos físicos, ciberviolencia entre otras. Ya seas una mujer biológica o trans, una niña de 5 años o una adulta mayor de 85, las posibilidades de que la violencia sexual te alcance en algún momento de tu vida son altísimas, tan alta como posibilidad de que estas agresiones permanezcan impunes, 9 a 1.
Recientemente un grupo de mujeres destacadas en diferentes medios de comunicación y redes sociales hicieron pública una campaña a favor del cese a la violencia sexual, vestidas de negro y sosteniendo calzones con la frase #NoMás, han pedido un alto a la violencia sexual en contra de las mujeres en Honduras. Esta campaña se ubica en el contexto de una discusión pública acerca de la violación colectiva de una niña en la ciudad de la Ceiba que sucedió el pasado abril.
Dicha campaña ha causado gran revuelo por varias razones, por un lado, porque la denuncia sobre la violencia que sufrimos a diario las hondureñas casi nunca es cuestionada públicamente por mujeres que se encuentran tan presentes en medios de comunicación, razón por la cual muchas de las que ya tenemos un ratito denunciando, celebramos con muchísima esperanza, sabiendo que todas nuestras voces juntas son más fuertes.
Por otro, también ha sido controversial por la respuesta que ha surgido de usuarios de redes sociales, principalmente de hombres. Las imágenes de las presentadoras y los post compartidos por otras más, han sido inundados de una gran cantidad de comentarios denigrantes, discriminatorios y ridiculizantes, con dos mensajes principales: las mujeres “tenemos la culpa” de nos violen y ninguna mujer “debería denunciar a menos que esté facultada para hacerlo”. Aunque parezca una realidad distante no lo es, es la de Honduras, un lugar donde la culpa siempre va a ser de la víctima.
Sobre lo anterior cabe decir que ha salido a flote la violencia a la que usualmente nos enfrentamos todas las mujeres que denunciamos: las feministas, las mujeres organizadas, las campesinas, las negras, las mujeres trans, el maltrato normalizado. Este constante “activismo” digital por silenciarnos cabe dentro de lo que me gusta llamar “Censura Patriarcal”: el intento de silenciamiento de los hombres machistas apoyándose en sus privilegios de patriarcales de ejercer la violencia en todas sus formas y así evitar que se escuchen nuestras voces.
Cualquier persona con mínima conciencia de la seriedad que implican las agresiones sexuales, se indignaría al leer comentarios escritos en redes sociales, frases que se emiten en algunos casos desde la comodidad que brinda esconderse tras un perfil falso, o sin ninguna consecuencia real para el agresor. No es el caso de un gran grupo de hombres que antes que sensibilizarse por una realidad cruel, se motivan los unos a los otros para censurar ya sea a través del estigma, amenaza o discriminación cualquier discurso que cuestione sus privilegios y responsabilidad por las agresiones.
Curiosamente muchos de los hombres citan el argumento sobre el derecho a la libertad de expresión, para justificar sus críticas con contenidos que fácilmente pueden identificarse como discriminativos y estigmatizantes, convirtiéndoles automáticamente en discursos no protegidos, es decir que este derecho no abarca y que, por lo tanto, antes constituyen una agresión de todas las que pueden producirse en el entorno en línea.
Es innegable que este problema de agresiones sistemáticas en contra de las mujeres que denuncian o demandan la justicia ha sido reforzado por décadas de patrones educativos patriarcales, el papel de los medios de comunicación tradicionales que constantemente hipersexualizan y utilizan a las mujeres y niñas con fines mercantiles, la normalización de la cultura de la violación y por supuesto, la inoperancia del Estado para prevenir, sancionar o reparar las violencias en contra de las mujeres y niñas. No obstante, eso no quiere decir que no urge tomar cartas en el asunto, ¡la ciberviolencia también tiene consecuencias reales!
El acoso cibernético con contenido de género es ya una más de las formas de agresión que las mujeres tristemente hemos tenido que añadir a la larga lista de violencias a las que nos enfrentamos día tras día. Ya sea a través de la discriminación o la difusión de contenido íntimo sin consentimiento, lo cierto es que con el tiempo las formas de agresión se multiplican y profundizan, afectando no solo nuestras posibilidades de denuncia sino nuestras libertades democráticas.
Hoy más que nunca es que es necesario que diferentes mujeres nos unamos y alcemos la voz en contra de todas las formas de violencia, pues el sistema patriarcal seguirá mutando de forma que nos hagan callar por cualquier medio, y es ahí donde nosotras debemos permanecer firmes y hacernos un nudo, exigiendo justicia para todas.