Carlos Méndez
Un día antes del evento, tras 12 años de dictadura, aquel hombre de caminar pausado, pero con alegría de niño, salió apresurado, impulsado más por nostalgias de guitarras y de cadejos traviesos, que por la prisa de llegar con tiempo anticipado al ovalado estadio color azul turquesa y de un gigantesco mural recuperando historias de patria.
Con sus cuerdas de requinto al hombro, se dirigió al centro del país, para cantar en la plataforma junto a los Guaraguao, y otros artistas convidados al acto ceremonial de la toma de posesión presidencial en donde una mujer por primera vez en la historia del país, juramentó como nueva mandataria de esta República.
A las cinco de la mañana del 26 de enero, salió de su casa; tomó el bus hacia Tegucigalpa en donde lo esperaban los organizadores de la sección cultural. Al paso cansado y a veces loco del aquel bus, por la carretera, nuestro cantautor hizo maromas con su memoria y recordó el día que se organizó en una base campesina, y más tarde, nucleada a la Central Nacional de Campesinos (CNTC), donde fue su primer Secretario de Arte y Cultura.
“Los campesinos y sus organizaciones me hicieron inventor de canciones y pusieron una guitarra en mis manos. Soy, por tanto, después de mi madre, un artista que me parió el movimiento campesino. Ellos me dieron cuerda y empecé a escribir y cantar canciones como loco”.
Recordó con una sonrisa de paisaje, la vez que grabó su primer volumen musical, con el sello solidario del Centro de Comunicación Popular de Honduras(CENCOPH), a principios del segundo lustro de los años ochentas, en formato audio casete titulado: RETORNO AL CAMPO, en donde graba por primera vez, canciones muy populares; de mucha honestidad y crudeza; en el lenguaje propio del pueblo, como Juan el Pando, Todo es de tu Patrón; Triste Navidad. Además, El Cadejo, la Sucia, María del Barrizal, El Incachable, Maconi etc. Todas recrean la vida cotidiana y de lucha social de la gente más pobre y humilde.
Al llegar a la terminal de buses, en Comayagüela, Mario se fue directo a un hotelito proletario en el Barrio Los Dolores. Pagó la noche de hospedaje al encargado y portero; pidió su recibo; lo dobló rápidamente y lo guardó en una bolsa de su camisa roja. “allá pediré el reembolso” y salió corriendo con rumbo al Estadio Nacional. Allí buscó a la persona indicada, esperando con entusiasmo le dieran su credencial para no tener imprevistos con nadie. Me costó mucho eso de la credencial, nos dijo. Una persona encargada del asunto se acercó al artista para registrar su nombre y extender el famoso cartón de artista invitado.
Mi nombre es Mario, Mario. – Mario ¿qué? – Le dijo el apuntador. Mario Castro, pero, espérese, para que no piensen que me quiero hacer pasar como un familiar de doña Xiomara, ponga allí, Mario de Mezapa que es mi nombre artístico. Y el joven que anotaba lo quedó viendo y le diagramó una sonrisa con un sonido perceptible. Son las 7:15 de la tarde noche. Se fue a la plataforma donde al día siguiente actuaria antes que los Guaraguao y allí esperó su cartón o certificado de pase en una larga noche en donde nadie llegó a entregarle ningún cartón ni un gesto con el pulgar alzado de los organizadores. Y esto que ya habían registrado su fotografía.
Así pasó la noche, cuando apareció el saludo de un amanecer un poco ruidoso porque miles de personas entraban al lugar para ocupar un asiento con banderas de color azul-blanco y sus 5 estrellas. También, flameaban incontables banderas rojitas, con una estrella chispeante. Al ver aquella masa de 20 mil almas, en Mario se vino un cordón de lágrimas de emociones intensas.
Por fin llegó el momento en que subiría al estrado. Empuñó el mango de su vieja guitarra, listo para el momento de ser llamado a la tarima. El reloj marcaba las 11:30 de la mañana, con un sol que empezaba a calentar la piel, cuando de pronto, un asistente del Maestro de ceremonias llegó jadeando frente al artista.
-Disculpe Don Mario, pero fíjese que en este momento están entrando al Estadio doña Xiomara seguida de todas las representaciones diplomáticas invitadas. “Tenemos que suspender, por el momento su presentación. -Le ruego nos disculpe; se los pedimos con mucho respeto. – Y espérenos un poco. Le llamaremos”-.
Y Mario quedó esperando una señal para su participación en aquel lugar y día memorable, que nunca llegó.
Regresó a su barrio en San Pedro Sula, sin su credencial, sin re embolso por gastos de transporte más hospedaje y sin una disculpa de los organizadores. Pero, además, con unos deseos alucinados de cantarle a su pueblo. Mario programó cantar una sola canción con aplauso masivo. Estuvo a punto de entonar Las 2 Marías, dedicada a dos mujeres del movimiento social, que fueron asesinadas años atrás por sicarios de poderes facticos: Estas compañeras eternas son Margarita Murillo y Bertha Cáceres. Dicha canción, se quedó apretada en su garganta; la guitarra setentera y en el corazón expectante de los que sabíamos anticipadamente de su participación.
Al recordar aquella anécdota de enero reciente, Mario con increíble humildad, pero digna, en silencio disculpó a doña Xiomara y a sus operarios “que fallaron en la planificación y organización de aquello. Eso es todo”.
No es para tanto, dirán, pero el pueblo presente, como doña Xiomara e invitados se perdieron, por esta vez, con Mario, una gran muestra de arte campesino con autenticidad de país.