Por: Frei Betto*
Toda persona recibe, debido al condicionamiento social en que está insertada, determinada configuración del mundo y de la historia mediante la cual se sitúa y se entiende en el seno de la sociedad. Esa configuración reúne un conjunto de ideas, valores y principios de orden jurídico, social, moral, político y religioso. A ese conjunto le llamamos ideología.
La ideología no es algo que puede o no tenerse, en dependencia de la voluntad. Es algo que se posee sin conciencia de poseerlo. Es la manera mediante la cual vemos los acontecimientos de la vida y la historia y nos situamos ante ellos. Son los lentes a través de los cuales vemos al mundo de un color y una forma determinados. Nadie mira sin los ojos, pero al mirar algo nadie ve sus propios ojos. Eso mismo ocurre con la ideología. Por medio de ella –que es resultado de nuestras concepciones morales, políticas, sociales, artísticas o religiosas, no siempre explícitas— vemos e interpretamos la realidad objetiva en la que nos situamos.
La ideología expresa nuestra teoría sobre la vida, el mundo y la historia. Los antiguos creían que el cosmos era un orden jerárquicamente dispuesto, que la Tierra estaba en su centro y alrededor de ella giraba el Sol. De esa óptica ideológica de interpretación del mundo extraían consecuencias prácticas, como la de creer que las personas que ocupaban la cima de la escala social estaban más bendecidas por Dios que las situadas en un escalón inferior. Por tanto, además de expresar cierta teoría, la ideología determina también hábitos y costumbres, o sea, una praxis.
La manera predominante de pensar y vivir en una sociedad suele corresponderse con el modelo ideológico impuesto por el grupo social que domina esa sociedad. En una economía competitiva, basada sobre la acumulación privada de la riqueza y la búsqueda desenfrenada del lucro, es natural que se crea que el ideal de felicidad se resume en ser rico, aun en detrimento de la amplia capa de la población desprovista de los recursos mínimos para la sobrevivencia.
La ideología de la sociedad consumista impone sus valores por medio de programas de televisión, sitios web, revistas de historietas, libros de historia que evitan interpretar los hechos desde el punto de vista de los humillados y ofendidos. El joven, más maleable a esa influencia, sueña con la vida opulenta de sus héroes. La propaganda manipula «valores» que aparecen socialmente como los más importantes en la vida: poder, fama, riqueza y belleza. Y sugiere productos mediante los cuales ese «valor» puede ser fácilmente alcanzado: auto, cigarros, perfume o ropa de determinada marca.
Para la aplanadora publicitaria, convertir a una persona significa infundirle nuevos hábitos de consumo mediante la creencia de que así estará adquiriendo un nuevo estatus social.
Nada más ideológico que suponer que no se tiene ideología. Todos la tenemos, y ella favorece nuestro altruismo o nuestro egoísmo, nuestro respeto o nuestro prejuicio ante el diferente, nuestro ideal solidario o nuestra arrogancia colonialista.
Tomado del sitio www.radioevangelizacion.org
*Es un fraile dominico, teólogo, periodista y escritor brasileño, conocido internacionalmente. Es autor de 60 libros de diversos géneros literarios -novela, ensayo, policíaco, memorias, infantiles y juveniles, y de tema religioso en dos acasiones- en 1985 y en el 2005 fue premiado con el Jabuti, el premio literario más importante del país. En 1986 fue elegido Intelectual del Año por la Unión Brasileña de Escritores.
Asesor de movimientos sociales, de las Comunidades Eclesiales de Base y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra, participa activamente en la vida política del Brasil en los últimos 50 años.