sábado, noviembre 16, 2024
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Honduras Open For Filmes, la ley de Cine-marketing de JOH

Por: Katia Lara

La ley de cine que se aprobó en el Congreso Nacional, pretende dar un barniz “sensible” al régimen gastado de JOH (Juan Orlando Hernández) sin embargo es obvio su corte neoliberal, reflejo del capitalismo globalizado y de las trampas del capital financiero. Una ley introducida y respaldada por pseudo actores y productores cinematográficos.

Son veinticinco páginas de copy paste extraídas de leyes de cine latinoamericanas caducas y cuestionadas, organizadas bajo un claro criterio de marketing: el cine es una mercancía y Honduras un escenario maquilero. En consecuencia, la excesiva burocracia que este nuevo marco legal propone crear, estará dedicada a promover a Honduras como un paisaje de bajo costo para filmar películas extranjeras, y a facilitar la exoneración de impuestos como estímulo para la inversión privada.

El miércoles 30 de enero pasado el Congreso Nacional aprobó la mentada ley en el tercer debate. El penoso compendio legislativo que lleva por nombre DECRETO LEY PARA LA CREACIÓN DE LA LEY DE LA INDUSTRIA CINEMAOGRÁFICA HONDUREÑA no responde, de ninguna manera, a las verdaderas necesidades de las y los creadores cinematográficos, hombres y mujeres, en nuestro país, la formación y los recursos para la creación; por el contrario, fomenta una élite de empresarios impedidos de la capacidad de apasionarse por descubrir una forma de entender la vida a través de cine.

El proyecto es tan burdo que sus intereses se delatan en las reiteraciones del mamotreto: bienes y servicios, carácter industrial de la actividad, incentivo al turismo, marca país, competencia y competitividad, incentivos fiscales para el sector privado, retorno productivo, estímulo a la inversión nacional y extranjera, mercado de obras cinematográficas, publicidad y… ¡cuidado con ésta!: promoción del territorio nacional y los servicios. Allí no se encuentran las palabras escuela, pueblos originarios, autora, sistemas de becas, subsidios, fondos por concurso, fondos de inversión no retornable, creador, incentivos a la taquilla, préstamos sin intereses, espacios de exhibición, muestras, festivales, calidad progresiva, mediocridad manifiesta…

Además la ley crea cuatro direcciones: el Consejo Nacional de la Industria Cinematográfica (CNIC), la Dirección General de Cinematografía (DGC), el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico y el Registro Nacional de Cinematografía; burocracia controlada directamente por el ejecutivo y, por si fuera poco, exige un permiso municipal de filmación, un certificado de inversión cinematográfica, un aviso único de rodaje, y por supuesto, define las correspondientes sanciones y multa$… trabas y más trabas, papeleo. Como si no fuera suficiente reto producir películas en estas honduras.

Es verdad que el cine es una actividad generadora de identidad y “prestigio” para las naciones, pero sobre todo es una actividad creadora, liberadora, productora de trabajo y de pensamiento crítico, inspiradora. Pero para que suceda, debemos formar a las y los jóvenes cineastas, sonidistas, vestuaristas, actores, productores, directores de arte, montajistas; de otra manera estaremos condenados a ser una industria determinada por los intereses e ignorancia de la empresa privada, un escenario maquilero para las películas de otros países, tal como lo determina la ley de JOH.

Hoy casi todos los países de Latinoamérica producen cine, y eso es una ganancia acumulada por las luchas de los cineastas que nos precedieron. En Honduras tenemos ese antecedente en Sami Kafati, el pionero del cine hondureño, quien además de realizar un extraordinario filme que llegó a la quincena de realizadores de Cannes (No hay tierra sin dueño / Honduras – Francia, 2002) propuso, en 1996, un proyecto de ley de cine cuyo centro es el creador(a). Esa debería ser la génesis de nuestra ley de cine.

La cinematografía hondureña, sin haberse establecido aún como industria, estará amenazada permanentemente si no trabajamos en una ley de cine centrada en el ser humano y no en el negocio, afianzada en el Estado y no en la empresa privada. El CINE, espejo de los pueblos, sólo puede elevarse por encima de intereses mezquinos para ser la expresión de una Nación capaz de producir sus propias imágenes, de cara a los hitos de la historia y a las contradicciones de su propia identidad.

 

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