sábado, noviembre 16, 2024
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Una no nace aprendida, pero si logra desaprender en el camino la urgencia de denunciar las violencias patriarcales

Por: Karla Lara/ cantora feminista

Crecí en una familia con privilegios, siempre había comida en abundancia, rosas que mi mamá cultivaba, cosas bonitas en la casa, dormí bien en una buena cama, había música, libros, poca televisión, mucha familia y juegos de mesa, y también jugábamos chiminicuarta, cuerda, muñecas y hacíamos representaciones teatrales donde el guión era el clásico de la telenovela mexicana de la mujer a la que le robaban el hijo recién nacido y deambulaba como loca en la casa, exclamando “mi hijo, devuélvanme a mi hijo” que era un peluche de oso color café, que finalmente recuperaba.

En mi casa no se habló nunca de sexo, el cuerpo era una cosa de la que se hablaba pudorosamente, la vagina se llamaba “cocinita” y el embarazo era un “domingo 7” que se nos advertía que cuando llegara tendríamos que irnos de la casa y resolverlo porque si habíamos tenido valor para hacer eso malo, había que tener valor para resolverlo. 

Mi mamá y mi papá eran de pensamientos progresistas, mi papá militó joven con el Partido Comunista y mi mamá fue despedida muy joven como maestra de matemáticas en el María Auxiliadora cuando se dieron cuenta que simpatizaba con los movimientos estudiantiles que vitoreaban a la revolución cubana; es así que las ideas revolucionarias revolotearon siempre en nuestras cabezas, crecimos escuchando o siendo parte de algo, siempre. 

Me organicé a los 18 y pertenecí al Ejército Revolucionario del Pueblo ERP, que era una de las organizaciones que conformaban el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional FMLN, canté con un grupo musical de esta organización político militar, “Cutumay Camones”, el grupo hacía giras internacionales para hablar de la lucha de liberación del pueblo salvadoreño pero a mi me tocó entrar cuando decidieron que estuviéramos un tiempo en el frente de guerra para cantar con mas autenticidad del proceso, de la vida guerrillera en el campo, así que hicimos gira cultural por las zonas bajo control con el grupo musical “Los Torogoces de Morazán” campesinos y músicos guerrilleros de la misma organización. 

Ahí conocí el acoso, pero no lo reconocí. Los compas le decían a una que no sabíamos si amaneceríamos vivos, que mejor nos diéramos un “poquito de amor” antes de tal fatalidad, los venidos de la ciudad al campo tenían tanta labia como los oriundos de ahí, y quizás yo debo haber pensado que era “bonita” y por eso querían conmigo, y ahí me fui sorteando las propuestas de darle gusto al cuerpo hasta que nos sacaron del frente para volver a las vidas comunitarias en casas fuera del país, donde, aunque no habrían enfrentamientos armados, los hombres seguían con la urgencia de un encuentro furtivo en el que su poder de Comandante o victimización de lisiado de guerra, podían valer.

Tuve mi segundo embarazo por decisión propia, el primero fue un aborto obligado, peligroso y doloroso a los 17 años, que me dejó marcada para siempre; así que teniendo 23 y un compañero músico del que me sentía enamorada, le dije “quiero ser mamá” y respondió “si vos queres, démole”, y le dimos… vinieron dos muchachitos al mismo tiempo, y antes de once meses después, vino una niña, es decir que a esta altura de mi vida, con 25 años, con la convicción que para liberarnos debíamos luchar, seguía sin reconocer el acoso como tal, era madre de trillizos y estaba a punto de tener mi primera separación de convivencia en pareja. 

Me separé con la certeza que nunca más podría encontrar amor, porque aseguraba que nadie querría compartir con una mujer con tal combo, pero segura que seguir acompañada era estar muy sola en los afanes de crecer esas criaturitas, tomé la decisión. No me sentía joven, estaba literalmente marchita, con pocas fuerzas, pero le fui encontrando el gusto a la libertad de educarles con mis formas y modos, sin consultarle a nadie, y claro que mi mamá (incluso mi papá) y mis hermanas salieron al auxilio, pero mi papá y mi mamá me advertían cosas terribles, que cuidadito, que si alguien más me quería yo debía agradecerle que me quisiera lxs hijxs, y me costó entender que afortunada sería la persona que me quisiera a mi y le puideran querer esas tres personitas maravillosas.

 Aunque nunca terminé mis estudios universitarios porque para eso hay que hacer al menos 5 años seguidos la misma cosa, y la constancia no es una de mis virtudes, y porque cuando ya tuve hijxs era casi imposible pensar en una tarea más que trabajar y criarles, siempre trabajé y logré ser Administradora de oficio, aprendí a hacer contabilidad, ya sabía usar la computadora, siempre había tenido facilidad para la palabra escrita, y siempre cantaba, cantaba siempre que podía, armaba y desarmaba grupos con mis compañeros de música desde de los 16 años, así que siempre pasó eso de tener determinados privilegios por el uso del espacio público, la palabra, la juventud, el pelo teñido de rubio y la declaración de estar a dieta para caber en el canon de “belleza” que exige la sociedad para ser aceptada con algo de notoriedad. 

Como la sensación de haber “perdido algo” predomina en las mujeres separadas, yo andaba buscando lo que no se me había perdido y claro, lo encontré, no sin antes haber creído que otros intentos llevarían a lo mismo: segundas nupcias y cuarto embarazo y yo pensando que ahora si, mis hijxs tendrían “la figura paterna” que da estabilidad a las personas, y una “familia normal” porque además yo tenía la estabilidad de un trabajo normal, saqué incluso a mis hijos de la escuela anormal (la escuelita de música) para que crecieran mas a gusto con lo que el nuevo concepto de familia aspirábamos: oportunidades, éxito, estabilidad, horarios, valores y toda esa sarta de palabras anormales de la decadente clase media a la que pareciera tener urgencia el mundo a pertenecer.

Yo ya casi no era yo, pero tampoco lo reconocía, jugaba a ser esposa, a tener casa propia, a tener tarjeta de crédito, a cumplir horarios, a tener rutinas, a cumplir estándares, y me fui marchitando otra vez, y me volvió a salvar ser mujer y hacer música, me sacó de ahí, no porque yo entendiera eso de que yo no era yo, sino porque ser mujer y música me devuelve el centro, siempre: mi militancia de la vida antipatriarcal que me urge a escribir hoy. 

Yo mujer, yo luchando en un mundo violento para que deje de serlo, yo viviendo las violencias sin reconocerlas, porque fueron un río pasivo o un mar violento entre palabras, golpes, silencios, censuras, culpas, dolores, posposiciones, juzgamientos de otrxs, juzgamientos propios, exigencias, pero también fueron todo lo otro, en el aprender y desaprender continuo de la vida, ahora si que sin libros, a puro ver a las otras, verme a mi, sentir, perder el miedo a equivocarme, querer quererme, y darle espacio al entendimiento por haberlo vivido.

Vengo de una generación que optó siempre por el silencio, para no “traicionar” a su propia organización, o su familia, pero es muy obvio que el silencio no fue solución y que al final heredamos a esta joven generación de mujeres y feministas una olla de presión que ya estalló, chispeando, si; dejando alrededor un tiradero y gente herida, que sigue sin aprender y otras sin desaprender.

Construyamos con ellas amigas, son nuestras compañeras, nuestro silencio guardado es la presión de la olla que ellas destaparon, o sea que el reguero que se armó también es nuestro deber acomodarlo hasta que incomode, hasta que sea cierto que la lucha será feminista o es pura falta de reconocer esa deuda histórica con nosotras las mujeres y sigue estando en la lista de las libertades que nos invitaron inicialmente a las mujeres que venimos de las izquierdas mas izquierdas de este lado del continente y que ahora junto a ellas y con orgullo, nos nombramos Feministas y denunciamos el acoso, el abuso, la violación y otras prácticas de los machistas de izquierdas y derechas de antes y ahora que perpetúan las opresiones patriarcales. 

Una no nace aprendida, es cierto, pero tenemos el deber de desaprender en el camino y seguir luchando. 

8 de Julio, 2020 

¡la Revolución será Feminista o no será, eso no es frase vacía, es compromiso y es ahora!

¡Solidaridad militante con las compañeras que han denunciado acoso, violación y abusos machistas! 

La denuncia ante la Justicia “formal” que es históricamente injusta, no es el documento que debemos exigir nosotras para respetar y acuerpar la denuncia de las que se atreven a denunciar abusos patriarcales por otros medios. 

Si la denuncia de una sola mujer te parece mentira, recordá la enorme y aplastante verdad que el Patriarcado nos aplasta a todas, que el machismo mata y que la violencia te marca para siempre. 

Lo colectivo es político, colectivicemos nuestras respuestas frente a las opresiones patriarcales, racistas y capitalistas.

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