Por: Carlos Méndez
Nuestro Escudo Nacional es uno de los símbolos patrios mayores, junto a la Bandera y el Himno Nacional.
Hurgando en esta cosa tecnológica virtual que aportó y profetizó Nikola Tesla, desde principios del siglo pasado, encontramos que nuestro Escudo es considerado entre los 30 más bonitos del mundo (Wikipedia) sin considerar, todavía, los significados profundos, de gran belleza, que Ladislao Valladares le pintó, antes de ser pasado a prueba por Dionisio de Herrera y su gobierno, para ser elevado a símbolo patrio por primera vez, en octubre de 1825. Anterior a Herrera, el Escudo que se usó ceremonialmente fue el de la Federación de la Republica de Centroamérica.
Hoy en día, nuestro escudo ha sido “recreado” artísticamente por el poder Ejecutivo y está impreso oficialmente en las hojas tamaño carta, de diversas instituciones y Secretarías de Estado.
Esta recreación ha causado, con razón o no, cierto malestar en algunos sectores del singular suelo patrio en el que reímos, sufrimos y lloramos.
Recientemente, Gregorio Canales, columnista en La tribuna dijo entre otras cosas lo siguiente: “En una nota del Ministerio de Seguridad, me llamó la atención el cambio infantil del escudo nacional, en el papel oficial del gobierno civil. Le escribí a un colega y no le dio importancia. Afanado en otras tareas, también olvidé el tema. Y acota más adelante: “No quería pronunciarme sobre el asunto, pero (…) he querido encontrar una respuesta lógica a la total falta de respeto, al querer cambiar los símbolos patrios, tratando de darles formas lineales que ni sé qué forma le quieren dar.(LT 02.03.022).
El arte no tiene límites, ni debe tenerlo; tampoco la innovación oportuna, pero Canales resiente, nos imaginamos, que al símbolo patrio le hayan cercenado un pino y un roble, sus montañas y territorio (que dicho sea de paso nos recuerda la innombrable ley de las ZEDES que parió el gobierno anterior; si, el mismo que cambió el color azul cachureco por el azul turquesa de nuestra Bandera Nacional, decretado en 1949 y que ahora fue recuperado siguiendo lo contemplado en ley. El Escudo presente, en su otrora, parte gloriosa inferior, es como si una “Bestia” le haya pasado por encima dejándolo miserablemente cojo. Pero lo que más llama la atención, dice Canales, es que hay “una total modificación sin consulta alguna por la vía legal” de lo cual se infiere que todo símbolo patrio para ser reformado debe pasar por una discusión y aprobación del poder Legislativo, lo que no ha sucedido. La ultima que se hizo fue en 1935.
De todo esto podríamos, si se desea, más allá del pro y los contras que provocan el rehacer símbolos como nuestro escudo nacional, se debe obtener aprendizajes significativos.
Toda nación tiene sus propios símbolos patrios y que incluye a nuestros próceres independistas pre coloniales y nuestros mártires modernos, hombres y mujeres que se aferraron a la idea de que otro país (distinto a este), “es posible”.
“Debemos recurrir al panteón de los símbolos patrios (termino sociológico) para desentrañar en sus significados profundos”, expresa Claudia Vásquez académica e historiadora por nuestra Universidad Nacional Autónoma, respondiendo a una curiosidad mía. O sea, debemos respondernos: ¿qué y para qué son?, nuestros símbolos patrios. Este llamado de Claudia, también, nos hace recordar la imperiosa necesidad de acudir a ellos como un patrimonio cultural extraordinario y pedagógico porque no se puede pensar en la refundación de un país sin un proyecto educativo nacional (actualmente en marcha) también refundacional sin que re incorpore como recurso didáctico, la riqueza, belleza y significado que contienen, no solo nuestro Escudo Nacional sino el resto de su género.
Es una bonita como oportuna mediación pedagógica desde la educación pre infancia hasta la Educación Superior; para, entre otras cosas, promover identidad, autoestima colectiva; así como la urgente y necesaria recuperación histórica y cultural; la re significación de valores cívicos, éticos y morales ¡en y, con (cursivas nuestras) todo un pueblo!