Por: Ollantay Itzamna
Estos tiempos nuevos inaugurados por el COVID19 nos debe activar la nostalgia dormida del amor por la Tierra. Nos debe motivar a imaginar y practicar el retorno al huerto como el lugar para emprender los cambios transcendentales en estos amenazantes tiempos vulnerables.
Una de las bases del concepto de desarrollo fue y es el mayor alejamiento posible del humano respecto a la tierra como elemento inerte para la economía. A la tierra se la asoció con la suciedad, lo contagioso, lo anti estético. Incluso pecaminoso… Los prominentes filósofos griegos asumieron que las personas cultas no debían tocar la tierra…
Para la civilidad moderna, una persona desarrollada era aquella que había logrado “escolarizarse/profesionalizarse”, y esto necesariamente implicaba descampesinarse. Es decir, para ser desarrollado uno debía necesariamente urbanizarse, y tener hábitus y estética anti tierra.
La identidad o el ser campesino, per se excluía a las personas de la cualidad de ciudadanía (citanidad). Es decir, el ser campesino anulaba a uno su condición de sujetos de derechos. Por ello, quizás, siendo las y los campesinos demográficamente mayoritarios en muchos países producen pero no gobiernan.
La modernidad, que fetichizó el dinero y las dinámicas laborales urbanas, borró del imaginario colectivo el imprescindible y determinante rol de las y los cultivadores de la tierra. Al grado que, ya entrado el siglo XXI, los derechos campesinos ni tan siquiera forman parte del cuerpo de derechos humanos colectivos vinculantes.
Pero sin previo aviso vino la pandemia del COVID19, y nos enclaustró en cubículos de cemento. Restringidos de ir a buscar comida al mercado por el “aislamientos social”… Entonces, algunos comenzamos a “imaginar/desear” tierra, aunque sea en una maceta para sembrar… Nos damos cuenta que el dinero o el cemento sólo son medios, mas no producen comida, ni agua. No dan vida.
Imaginemos un virus letal que se adhiera a la comida manipulada por la industrial mercantil alimentaria. Imaginemos un virus que aniquile a todas las personas que siembran y cultivan los alimentos para llevar a los mercados… La modernidad, no nos educó para cultivar nuestra comida, ni criar el agua… No estamos educados para la sobrevivencia.
Sin comida, ni agua, no sobreviviremos al encierro
El 17 de abril, las y los campesinos conmemoramos el Día Internacional de la Lucha Campesina por la Tierra, el Agua, las Semillas. Seguro que las y los campesinos, indígenas o no, no somos imprescindibles para la continuidad de la Vida, pero la tierra para el cultivo de alimentos, las semillas sanas, y el agua, son imprescindibles para la humanidad entera y para la Vida en nuestra Madre Tierra.
Reivindicar la Lucha Campesina en un “Planeta en Cuarentena” no debe ser asunto de campesinos únicamente. Exigir tierra, agua, semillas y derechos/oportunidades para campesinos y campesinas debe de ser el clamor de una “humanidad vulnerable encerrada en las ciudades” y aislada del área rural.
Estos tiempos nuevos inaugurados por el COVID19 nos debe activar la nostalgia dormida del amor por la Tierra. Nos debe motivar a imaginar y practicar el retorno al huerto como el lugar para emprender los cambios transcendentales en estos amenazantes tiempos vulnerables.
Sin postergar nuestra lucha constante por recuperar la tierra/agua y territorios para la Vida, imaginemos el huerto como el lugar predilecto para hacer escuela para el Buen Vivir para con nuestros seres queridos. Creo ya estamos en el tiempo de la sobrevivencia.
Imaginemos huertos comunitarios en los espacios públicos de las ciudades. Imaginemos y luchemos por recuperar las cuencas de agua y cultivarnos para la crianza del agua, y la preservación de las semillas que nos garanticen soberanía alimentaria. Porque en estos tiempos de pandemia, la soberanía alimentaria se convierte en soberanía existencial. Heredemos a los nuestros la pasión y la vocación por la restauración de los ecosistemas destruidas por la modernidad anti Tierra.