jueves, octubre 31, 2024
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El no tan pobre general

Por: Alex Palencia

Fragmento del libro: “Historias No Contadas De Rock”

La situación política y social del país coincide con las nuevas estrategias de Estados Unidos para revertir la pérdida de su mayor aliado en Centro América, el gobierno de Anastasio Somoza en Nicaragua, y que había sido sacado del poder por el ejército revolucionario Sandinista. En Honduras para calmar los ánimos de los grupos disidentes, quienes entre otras cosas reclamaban salarios justos y una redistribución de las tierras ociosas.

Estados Unidos además de concretar sus planes de agresión contra Nicaragua, obligó a los militares hondureños a entregar el poder y “volver a la democracia” por medio de una negociación con la clase política tradicional encabezada por los partidos cachurecos Nacional y Liberal.

Los Norteamericanos poniendo en práctica su nueva estrategia para afrontar la amenaza de la emancipación política y económica de los países del área (a lo que ellos llamaron «expansión del socialismo»), y esta vez empleando una nueva estrategia, denominada la «Guerra o Conflictos de Baja Intensidad», la cual consistía en guerrear de forma indirecta, utilizando para ello la ayuda de otros ejércitos nacionales junto a las oligarquías nacionales.

Controlando para ello todos los medios de comunicación para inducir a la opinión pública a favor de la política exterior de Estados Unidos, y para que además; se les viera a estos como los gendarmes del planeta y defensores de la democracia en el mundo.

La derrota en Vietnam y el costo que la guerra que significó un enorme precio en forma de recursos materiales y vidas humanas. Lo cual puso en alerta al ciudadano común de Estados Unidos y a la opinión pública de ese país.

En los 80 los contribuyentes norteamericanos ya no estaban dispuestos a que su gobierno se aventurara en guerras de alto costo económico y de vidas para el pueblo norteamericano.

Así fue como las águilas del Pentágono, inventaron una nueva forma de hacer la guerra que no fuera tan visible para los ciudadanos comunes, ni a la opinión pública en general, y crearon bajo el concepto de «Conflicto de Baja Intensidad» una nueva forma de hacer la guerra aquellas naciones consideradas enemigas. Los Estados Unidos abrieron diversos frentes de guerra en muchas partes del planeta y por eso Centroamérica sconvirtió en una de las primeras regiones en estar bajo este fuego.

Honduras, ya enmarcada en la nueva política exterior de Estados Unidos, convoca a elecciones el 20 de abril de 1980 con el fin de designar a una Asamblea Nacional Constituyente. Obviamente en esta asamblea no participan los grupos nacionales disidentes y representantes de las diferentes asociaciones civiles hondureñas: organizaciones étnicas, de mujeres, campesinas, estudiantiles, obreras, locatarios, y de derechos humanos, etc.

La tal Asamblea fue diseñada para hacer una nueva constitución que estuviera de acuerdo a la nueva realidad planteada bajo los criterios de Estados unidos y sus planes hegemónicos en la región, y no precisamente para afrontar los verdaderos problemas históricos de la nación hondureña.

Bajo estas condiciones fue conformada la Asamblea Nacional Constituyente de 1980, la cual contó con la representación de los sectores más conservadores y recalcitrantes del país; el clima de intolerancia fue tal, que con la excusa de ser extrema izquierda se dejó por fuera al partido de la Democracia Cristiana.

Fue en estos años que apareció la figura del militar Adolfo Álvarez Martínez, quien con el patrocinio de los Estados Unidos emprendió una carrera militar vertiginosa, saltándose todos los protocolos jerárquicos establecidos en el ejército nacional, llegando a ser de la noche a la mañana comandante general de las fuerzas armadas de Honduras, así; en menos que canta un gallo.

Con Álvarez Martínez nace una época de arrestos arbitrarios, secuestros, desapariciones, torturas y asesinatos de líderes estudiantiles, sindicales, cooperativistas y campesinos; para ello él, recurrió al batallón 3-16, organización que se convirtió en el más temible y siniestro escuadrón de la muerte de esos años.

En 1977, Álvarez Martínez mandó a arrestar a varios miembros de la dirigencia de la Cooperativa Empresa Asociativa de Isletas, las cuales habían alcanzado un relativo éxito en el cultivo del banano haciéndole la competencia a las tradicionales compañías bananeras norteamericanas que se habían afincado en el país desde principios del siglo XX.

El éxito económico de esta cooperativa incomodaba a la Standard Fruit Company. Álvarez Martínez no tuvo prejuicios de ninguna naturaleza para meter a la cárcel a nueve de los dirigentes de esta asociación; todos ellos fueron acusados de comunistas y luego encarcelados por dos años. Para ese tiempo, Álvarez ostentaba el grado de coronel y comandante del cuarto Batallón de Infantería de la ciudad puerto de La Ceiba.

Desde ese año 1977, Álvarez recibió por sus servicios ilegales a esa compañía extranjera, y como si fuera un empleado de confianza de la misma (Standard Fruit Company), la no despreciable suma de 4,700 dólares mensuales, dinero que era transferido por la misma embajada de Estados Unidos acreditada en el país.

Martínez también fue acusado por sus mismos compañeros del ejército de haberse embolsado un millón de dólares destinados a la compra de armas, proyecto del cual jamás dio explicaciones. Después se supo que él se había convertido en un hombre acaudalado, siendo socio de una importante empresa exportadoras de armas y de bebidas alcohólicas de Estados Unidos a Centroamérica.

Así; a través de un proceso elección electoral poco transparente resultó presidente el liberal cachureco, doctor Roberto Suazo Córdova. Contrario a lo que se pensaría con la llegada del nuevo gobierno civilista y democrático, se empezó a incrementar la violencia y la violación de los derechos humanos se tornó sistemática en Honduras.

Córdova entregó la soberanía nacional a los norteamericanos, y el país durante la próxima década vivió uno de los pasajes más siniestros y oscuros de su historia. En esta época la agresión de Estados Unidos a Nicaragua a través de la Contra la cual está formada por 15 mil soldados, los que pernotaban en Honduras que además albergaba seis mil marines norteamericanos, distribuidos en las base militares de Palmerola, La Mesa, San Lorenzo y Trujillo.

Contingente militar con un impresionante despliegue armamentista nunca antes visto en la región de: treinta y cuatro helicópteros CH−47 Chanock y UH−20 Black Hawk, diez y ocho cañones de 105 milímetros y una tonelada de pertrechos. A ellos se les sumaban los treinta y cuatro mil soldados del ejército hondureño y otros siete mil salvadoreños.

En total había en las honduras había un aproximado de sesenta y dos mil militares, patrocinados, entrenados y financiados por los Estados Unidos, con el contubernio y complacencia de los políticos de turno de nuestro país, quienes dirigen los partidos cachurecos Nacional y Liberal y los cuales entregaron en el territorio hondureño, siguiendo la tradición lacaya y entreguista del sentir y pensar cachureco.

Paradójicamente cuando a los presidentes en funciones en esa década: primero Suazo Córdova, y después José Azcona Del Hoyo, cuando se les preguntaba por la dichosa «Contra Nicaragüense» y la ocupación militar norteamericana en el país. Estos olímpica y cínicamente decían no saber nada de ninguna «Contra» y que, bases militares en Honduras, solo estaba la de Palmerola, y que los gringuitos que se miraban por doquier, venían solo hacer labores humanitarias como: carreteras, escuelas, iglesias, puentes y hospitales.

Con la ocupación militar de Estados Unidos en Centroamérica la violencia se disparó en esta región, específicamente en Honduras, y en donde se podía comprar a finales de los 80 y principios de los 90 una ametralladora AK-47 por menos de cien dólares. Armas que al final fueron a dar a grupos delincuenciales, quienes se convirtieron en ejército del crimen organizado o narcotráfico.

Fue durante los acontecimientos bélicos provocados por Estados Unidos en Centroamérica, quienes para preservar sus intereses económicos, políticos y hegemónicos en esta región, abrieron uno de los frentes de guerra más devastadores que se ha conocido en la historia de estos pueblos; cuando miles y miles de centroamericanos emigraron para ese país del norte, huyendo de las consecuencias de la guerra y sus efectos.

Solo para regresar años después: tatuados hasta el asterisco, con pantalones desmesuradamente grandes, gorras puestas al revés, camisas talla XXX. En fin; las pandillas que se originaron con los marginales emigrantes centroamericanos en EEUU, regresaban años después, con una imagen grotesca y surrealista. Convertidos en delincuentes, pandilleros o maras, solo para ser ahora el brazo armado del crimen organizado.

La muerte se convirtió desde entonces en los países de la región en el pan nuestro de cada día. En las honduras aparecen tirados por doquier en las calles de las ciudades, pequeños presentes como regalos de navidad, arreglados con listones y chongos; y que son costales y sabanas trayendo en su interior cuerpos amordazados y desmembrados.

La extorción y el secuestro, todo ello, consecuencias de los juegos de guerra vividos en el área. Eventos patrocinados, planificados y ejecutados por los Estados Unidos de Norte América, en contubernio con las oligarquías nacionales. Lo cual llevó a Honduras y al resto de la región a un estado de convulsión, inseguridad ciudadana, pobreza, sosobra, ingobernabilidad, etc. Consecuencias que aún hoy día se están pagando, y sin que, hasta la fecha se haya deducido algún tipo de responsabilidad a los causantes o implicados de tan infausta realidad.

A principios de los 80 Alvares Martínez era aparentemente el hombre fuerte del país, el cual aparentemente hacía lo que se le veía en gana, especialmente matar personalmente y desaparecer: dirigentes estudiantiles, defensores de derechos humanos, defensores ambientalistas, dirigentes obreros y campesinos.

La verdad era que este obedecía al pie de la letra lo que le ordenaba el embajador de Estados Unidos en las honduras; John Dimitri Negroponte, y quien, en realidad era el que mandaba en nuestro país. Este daba órdenes a diestra y siniestra a políticos y militares hondureños. Temible y siniestro, lo precedía una reputación a toda prueba, adquirida en los impredecibles y tenebrosos lodazales, de los escenarios lúgubres de la guerra de Vietnam.

Pero definitivamente Alvares Martínez mientras bailaba sobre una orgia de sangre enloqueció, y se salió del control de las órdenes específicas gringas. Quienes al final se vieron en la necesidad de sacarlo de circulación, y así a través de militares hondureños, lo capturaron y lo enviaron como a un vil delincuente a la fuerza y secuestrado al país del norte.

Así “el no tan pobre general”, terminó por un buen tiempo en la nación que tiene por bandera trece barras, entre rojas y blancas, con cincuenta estrellas, que dan muestra palpable de su “Destino Manifiesto”. Lugar donde después Alvares Martínez se pasaba las horas aburrido leyendo la biblia como un impoluto e inocente cristiano. Hasta que regreso a las honduras, y luego fue asesinado en una emboscada, después de haber dado su testimonio en una reconocida iglesia evangélica de la ciudad capital.

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