Por Edgar Soriano Ortiz*
Según los críticos cinematográficos la película “El río de las tumbas” del cineasta Julio Luzardo fue filmada en dos meses de rodaje en el año de 1964 y estrenada en la primera semana de septiembre de 1965 en los cines colombianos. La película es en “blanco y negro” al mejor estilo del “neorrealismo italiano” que con raquíticos recursos técnicos y abierta a integrar a los protagonistas de la comunidad de Villa Vieja, en la frontera de la Republica de Marquetalia, nos llama a mirar más allá de sus folklóricos personajes.
Contexto: La nación colombiana vivía, luego de asesinato de Jorge Eliécer Gaitán ocurrido el 9 de abril de 1948, un contexto convulsivo marcado por la violencia partidista y el nacimiento de las guerrillas. En el año de 1964 Colombia vivió repuntes de la violencia marcada por la ofensiva militar del gobierno de Guillermo León Valencia (1962-1966) contra la región de la Marquetalia, situación de propició el reagrupamiento de los grupos. Los engaños y estrategias clandestinas para asesinar líderes que habían recibido amnistía generaron el repudio y el alzamiento que dio inicio a la FARC.
La película y sus personajes: al iniciar la película se observa a un hombre asesinado tras haber sufrido torturas, conducido en un camión atado y amordazado es lanzado al río Magdalena. El “bobo” o el “loco” del pueblo que va a traer agua al rio con un burro descubre el cadáver y luego corre asustado al pueblo para informar, va donde el cura y luego donde su hermana Rosa María (dueña de la cantina La Tatacoa) busca al Alcalde para informar del suceso, quien se niega a asumir inicialmente el compromiso de levantar el cadáver. La trama inicial muestra el pueblo en su cotidianidad con sus líderes políticos enemistados (El cura frente al Alcalde, juntos pero no revueltos) y expone las contradicciones humanas de sus personajes, sus esperanzas y miedos, su deseos de olvidar la muerte, sus miedos y alegrías que les trae la ruidosa fiesta de la “Pitahaya”.
Nuestras sociedades latinoamericanas ceñidas por particularidades pero integradas a procesos de dominio de la mano de la violencia es lo que busca Luzardo y el equipo de trabajo de la producción cinematográfica “El Río de las Tumbas”. Sus personajes son mostrados a veces caricaturizados pero a la vez humanos de nuestra tierra caliente bañada por el caudal del color “rojizo” del río. Los “doctores” de la capital que piensan en el poder y su forma de entender sus realidades; el Alcalde, hombre de pueblo que llama al orden a su lento ritmo; el Cura que regaña y ataca al Alcalde, pendiente del pequeño mundo del interior del pueblo olvidado la avalancha de violencia que se cierne en todos los alrededores; el secretario que busca matar el tiempo con un Sousafón; el alcohólico que sabe todo y calla por el miedo y en su apatía ríe y bebe; el “loco” ve, escucha, ríe, juega y los niños lo fustigan al ritmo de las risas; La chica y su novio, testigos directos de la violencia, escapan a las fronteras llenándose de esperanza para empezar de nuevo; los matones escabullidos entre la fiesta pero prestos a aniquilar; las chicas que sueñan con sus ropajes en ser reina de la “Pitahaya”; el político, sudoroso y cansado de tanto acercarse a la plebe, a la que reivindica demagógicamente su “pasado familiar”; El cabo cansado de sacar muertos prefiere que los muertos sigan su curso en las aguas del Magdalena mientras buscar refrescarse con una buena botella; y, así, se van desenvolviendo todos los personajes al ritmo de un circulo que les vio nacer, la muerte los asecha pero hay que ir a la amnésica fiesta para no pensar en ella. La “despescuezada del gallo”, el baile, la pirotecnia, el certamen de la “Pitahaya” es más importante que la demagogia de candidato, mientras que sus “racionales” protagonistas recalcaran con sumo calculo: “mi querido Dr. Reyes, le dice el asistente del candidato al investigador, hay demasiados crimines impunes” dando a entender que se debe aceptar como un mal necesario.
El elenco de “El Río de las Tumbas”: convertida en patrimonio fílmico de Colombia alcanza a Honduras por el protagónico papel en esta producción de nuestro paisano Rafael Murillo Selva. De esta manera les invitamos a conocer esta pieza cinematográfica que está en la memoria por el trabajo de las siguientes personas: El guión y la dirección de la película es Julio Luzardo Santiago García (director de Teatro La Candelaria), Carlos Duplat, Jorge Andrade Rivera, Carlos José Reyes, Carlos Perozo y Rafael Murillo, Eduardo Vidal, Milena Fierro, Alberto Piedrahita, Juan Harvey Caycedo, Pepe Sánchez, Yamil Omar, Alejandro Perez, Hernando González, Carlos Sánchez, Ricardo Moncaleano, Carlos Sánchez Jr, Jacinto Castellanos y muchas personas, entre ellas niños del pueblo de Villa Vieja, pequeño pueblo ubicado a la orilla del río magdalena y a unos 5 kilómetros del desierto de Tatacoa. La película contó con la asistencia de producción de Pepe Sánchez y Rafael Murillo Selva, la música a cargo de Jorge Villamil con temas como “Espumas”, “La Zanquirrucia”, “El Barbasco”; y, “Matambo” de Lucho Bermúdez y su orquesta y los arreglos de trio los Isleños.
Rafael Murillo Selva: nacido en 1933, tiempos de autoritarismo, siempre voló por el mundo, en Colombia se reencontró con sus realidades, propias de un mundo que se edificó en el negocio de la violenta plusvalía. Siendo parte del grupo fundacional del teatro “La Candelaria” se integró junto a sus compañeros al esfuerzo de Julio Luzardo en la tarea de mostrar esa Colombia en sus extrañas abiertas a la vida y la súbita muerte. El personaje del Secretario municipal con 10 años en el puesto observa, obedece y quizás sueña ir en la búsqueda de otra oportunidad que rompa su monotonía facilitada por su partido y sus promesas. Extraordinario que “El Río de las Tumbas” nos convoque desde Colombia a construir nuestra memoria visual para Honduras desde la figura de este trotamundos que nos invita constantemente a buscar nuestras estéticas marcadas por complejas y diversas identidades de nuestra tierra.
* Historiador, Catedrático Universitario.