Andrés Pavel
Entendamos el pensamiento de masas como el conjunto de posturas compartidas por amplios grupos sociales. Por su naturaleza, este pensamiento no puede, en las actuales circunstancias históricas, ser conductivo a una transformación positiva de la realidad; por el contrario, lo que encontramos en él es una perspectiva reaccionaria, fuertemente cargada de radicalismos que en una palestra pública serían considerados políticamente inaceptables —intolerancia, prejuicios, una lógica generalmente viciada.
En el pasado, este pensamiento ha podido ser afectado drásticamente por los contextos revolucionarios, donde se parte de un repudio generalizado del orden establecido en el seno de una sociedad. El pensamiento evolucionado adoptado para formular una nueva realidad reemplaza el viejo pensamiento de masas, pero no procede de dichas masas, sino que es dictado por una élite ideológica: el pensamiento se difunde primero de un originador teórico a una dirigencia política, y luego se propaga entre las bases seguidoras de la propuesta que entra en vigencia.
Esta dinámica de dirección y distribución del pensamiento conduce a contradicciones eventuales. Existe un distanciamiento de la élite intelectual, que pretende influir sobre las masas pero que no se deja influenciar por ellas. Más grave es que el pensamiento de masas vestigial no es eliminado por las nuevas ideas; esto acaso podría lograrse únicamente alcanzando un estado de ilustración intelectual generalizada. La experiencia muestra que las sociedades occidentales parecen estarse alejando de este objetivo: en el primer mundo, el racismo y la xenofobia resurgen y triunfan electoralmente; en Latinoamérica, la vía electoral parece haberse perdido en favor de la toma del poder por medio de instrumentos judiciales y militares. Así, observamos que sociedades presuntamente democráticas parecen repudiar sus propios principios constitutivos.
El caso de Honduras, claro, es dramático, debido a sus propias singularidades. Recordemos que la independencia de Centroamérica no pasó por un proceso revolucionario; fue un compromiso adoptado para cuidar intereses económicos de una cúpula. El pensamiento conservador no enfrentó la crisis que sufrió en otros contextos, y perduró; el autoritarismo caudillista de Carrera, legado de la colonia, prevaleció en el imaginario colectivo sobre los ideales ilustrados de Morazán. Debe ser realmente aleccionador considerar la resiliencia que tiene el pensamiento de masas: casi 200 años después, los hondureños seguimos organizándonos en derredor de caudillos políticos en detrimento de un establecimiento institucional; nuestra sociedad, pese a estar presuntamente fundada sobre principios equitativos, se asemeja cada vez más a una sociedad de castas privilegiadas políticas, económicas y marciales. Penosamente, parece seguir siendo Carrera quien está vigente en la mentalidad del hondureño promedio.
Una renovación del pensamiento de masas se siente ya como una necesidad palpable en prácticamente toda Latinoamérica; en ningún lado más que en Honduras. En cierta forma nuestro país sí está en el umbral de ese clima revolucionario que se requiere para dar el salto cualitativo en materia de nuestro pensamiento que nunca logramos concretar en dos siglos; el sistema social y político nunca había estado tan descreditado como ahora. Sin embargo, en la antesala de transformaciones radicales, como individuos podemos aspirar a algo mejor que ser parte de una masa popular que recibe pasivamente los dictámenes de una élite sobre el ordenamiento social por seguir. Tal es el enigma de las transformaciones sociales: entre más inexorables parecen, más crucial se vuelve la iniciativa de los participantes involucrados; y la autodeterminación cobra un valor renovado.