Por: Galel Cárdenas
Quienes no tengan sangre de patriotas beligerantes, críticos o sencillamente revolucionarios, no les puede herir la sangre que dicen poseer cuando en el centro del Congreso Nacional un diputado quema la cuál-constitución de la dizque República.
Estos periodistas mercenarios de la hondureñidad son venales, esbirros, legionarios y asalariados de la oligarquía mediática; asquerosos informadores de noticias falsas, maquilladas, acicaladas, para oídos, ojos y sabores de los receptores que analfabetas y vacíos, van creyendo en sus palabras altisonantes, desgarrantes de sus vestimentas, con la función expresa de atiborrar al destinatario ingenuo de las más groseras informaciones que con la vileza de la ventaja y la alevosía ha preparado, para que ninguno de sus seguidores mediáticos tenga en sus conciencias jamás la verdad, monda y lironda.
Son asesinos del periodismo honesto, decente, decoroso, digno y limpio, y han proclamado, con la boca forrada de dólares y lempiras manchados por el polvo repugnante de la narco dictadura que les paga como a vulgares empleados, activistas de su tiranía aviesa que asesina al pueblo con las más diversas maneras que algún desquiciado, salido de un manicomio impensable, haya podido anegar con sangre el territorio nacional, hoy ofrecido a transnacionales e inversionistas neoliberales, al mejor postor como mercancía barata y desechable.
La Constitución de la República ha sido destruida, despedazada, descuartizada, destazada como si fuera el cuerpo de una res colgada de un gancho de hierro en una carnicería, en donde se venden por libras, kilos o arrobas sus partes más importantes, después de haber degollado el animal vivo, o haberle disparado un balazo en su nuca o frente.
Una Constitución que fue apuñalada un 28 de junio de 2009, degollada como un cordero sacrificado en el pedestal de la ignominia, y después como en una marea de cinismo, burla y pendencia, fue descuartizada en sus carnes vitales, en su normativa sacra, extirpando sus artículos uno a uno, hasta colocar sus vísceras como signos de un ser despreciable en la picota del más absoluto desprecio.
Quemar en el hemiciclo legislativo la Constitución Política de Honduras que periodistas, ejército, partidos tradicionales, iglesias y oligarquía nacional violaron y han violado como consuetudinarios sátiros la primordial y virginal doncella de la soberanía nacional, apenas es un acto de una protesta que finalmente evoca antiguas costumbres milenarias que ocupan el fuego como elemento purificador para limpiar todo aquello que está inundado por los más absurdos males que el demonio de la perversión antipatriota ha insertado en el alma de los castos, crédulos y honestos ciudadanos de la patria inmarcesible.