Por: Emmanuel Ruiz (Tomado de El Sol de Cuernavaca)
El chaleco de un reportero es como un escudo que sirve para proteger su alma de todo lo que ocurre alrededor.
En medio del conflicto, su figura es la única inamovible, la que se queda allí para tomar testimonio de lo que ve y escucha, adentrándose al peligro cuando debería alejarse de él; poniendo en riesgo su vida a cada instante.
Como si de hombres y mujeres de hierro se tratase, no es común que hablen sobre lo que llevan en el interior con la misma voz con la que esgrimen sus preguntas en una entrevista o en una rueda de prensa.
Pero lo hicieron en Jojutla, tras largos días de haber convivido con el dolor de las personas que llegaron en busca de un familiar desaparecido, a un cementerio en el que la Fiscalía General del Estado inhumó más de 30 cuerpos de manera irregular en 2014.
Un lugar en el que todos somos iguales
Durante la cobertura de la exhumación de personas en el panteón de la localidad de Pedro Amaro, en este árido municipio ubicado al Sur de Morelos, los comunicadores han tenido que exprimir, una y otra vez, el dolor de las madres, padres e hijos que acudieron para dejar sus muestras de ADN, con la amarga esperanza de que uno de los cuerpos extraídos sea el de su desaparecido.
Hablar con esas personas, conscientes de que están abriendo sus heridas, no es una labor sencilla.
“Cada vez que me acerco a alguien para sacarle una entrevista, me da mucho miedo que pueda lastimarla o preguntarle algo que no quiera contar, porque me han dicho que, como periodista, no puedo llegar más allá de lo que las personas quieren, y yo no sé qué es lo que no quieren…
Ha habido momentos en que es inevitable querer llorar porque te transmiten la impotencia, el enojo, la tristeza y la desesperación de no encontrar a sus familiares”: Aurelia Torres, reportera de El Sol de Cuernavaca, para quien esta cobertura ha sido la más importante de su vida.
Para una joven como Aurelia, a quien todos llaman “ATA”, que no había convivido con estos rasgos de la condición humana, la compañía de otros reporteros de su edad ha resultado fundamental en una jornada en la que el cuerpo sufre ante los rayos del sol, la deshidratación y el hambre.
Ubicado a las faldas del cerro “El Higuerón”, la temperatura en el panteón “Pedro Amaro” suele elevarse, a tal grado que es imposible no dejar de beber una botella de agua tras otra. En los momentos en que el propio organismo parece irse abajo, alguien se ofrece para ir a traer algo de comer o beber.
Para Jaime Luis Brito, que también estuvo presente durante las dos semanas de exhumaciones en un panteón de Tetetelcingo, en Cuautla, estas experiencias sólo pueden enriquecer el trabajo de quienes han decidido dedicarse al periodismo.
“Si sólo te gusta estar en la ciudad, en escenarios cómodos, donde además te reconocen y te rinden cierta pleitesía, yo creo que es válido si lo eliges como una opción de vida, pero me parece que éstas son las historias que realmente le sirven a la gente y que contribuyen a transformar lo que ocurre en los países.
Yo no lo cambiaría a pesar del cansancio, y de que aquí hemos comido muy mal y el calor es mortal”: Jaime Luis Brito, corresponsal de la revista Proceso y periodista de Radio UAEM.
De la luz a las sombras
Después de estos días en que el trabajo ha consistido en recopilar historias y testimonios de quienes llegan cansados de tanto buscar, hay quienes se preguntan cómo se reintegrarán a la vida cuando todo acabe.
Después de Tetelcingo, hubo quienes descubrieron que la única forma de regresar a la cotidianeidad era volcar los dedos sobre el teclado y escribir hasta más no poder, incluso sabiendo que esos textos no serían publicados.
“Nadie es tan fuerte ni tan poderoso… Cuando la gente me da la oportunidad de entrevistarlos y sentirlos, a veces yo los abrazo porque para mí debe ser algo recíproco; cuando ellos se sientan y me dan una fracción de su tiempo, de ellos también saco fortaleza, y ese abrazo que a veces pido y que me dan es una motivación para seguir adelante”, Perseo García, fotoperiodista independiente.
Dicen que los reporteros no pueden asumir posturas; que deben mantenerse al margen de todo, sin dejar que sus emociones intervengan en su trabajo, pero esta máxima de la profesión parece haber sido idealizada sin contemplar lo que en algún momento ocurriría, primero en Tetelcingo y después en Jojutla.
“Yo me pongo a llorar con las víctimas, por venir y sacarles una entrevista, y tener que machacarles una y otra vez ese recuerdo, y a lo mejor preguntamos lo mismo u obtenemos otra información, pero a final de cuentas les sacas lágrimas y recuerdos sobre su familiar desaparecido”: Lety Villaseñor, reportera del portal Sin Línea.
En una cobertura, como en toda la vida, hay quienes siempre están de mal humor y quienes no dejan de quejarse por la falta de señal de la Internet, de corriente eléctrica o porque tienen muchas otras cosas que hacer.
Después de una semana de diligencias, sólo algunos permanecen hasta pasadas las ocho de la noche, cuando el cementerio se convierte en un lugar distinto y es necesario encender linternas para caminar.
“Hay que hacer una pausa y pensar más en quienes nos leen, o nos escuchan o nos ven, para que no piensen que somos insensibles o que no nos importa lo que están sintiendo. En eso sí me detendría a la hora de redactar mis notas a partir de hoy, sobre todo en estos temas en donde está involucrado el dolor humano”: Dulce Rayo, reportera de MVS Radio.
Un raudo atardecer
En uno de los días más agotadores, en que el trabajo de los peritos se prolongó más allá de las ocho de la noche, los reporteros despidieron el día en medio de un fuerte viento que trajo consigo una energía restauradora, en uno de los atardeceres más bellos que habían logrado fotografiar con sus cámaras.
“Fue el día más agobiante por el calor, el tiempo se alargó, vino la lluvia, pararon de trabajar, y en el largo esperar de la última conferencia de prensa, de la última palabra que daría la nota, ese sol tan bonito nos vino a dar fuerza; todos lo plasmamos y eso cambió el escenario. Fue una recompensa por el trabajo del día, porque estábamos rendidos y desesperados. Ese atardecer nos vino a revitalizar”: Froylán Trujillo, fotoperiodista de El Sol de Cuernavaca.
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