Por: Alex Palencia
Desde su fundación los Estados Unidos de Norte América ha enarbolado la bandera de la libertad como uno de los principios fundamentales de su Constitución y Estado. La defensa de la libertad ha sido incluso utilizada como la gran excusa para intervenir e invadir otras naciones y Estados: Estados Unidos es el único país en la era moderna que posee el dudoso record de intervenciones militares; solamente la lista correspondiente al siglo XX es larga pero vale la pena señalarla; veamos: Nicaragua en 1912, 1925, 1926 y 1933; México en 1914; República Dominicana en 1916, 1924 y 1965; Haití en 1915, 1935 y 1994; Corea en 1950; Líbano en 1958; en Vietnam de 1957 a 1975; Granada en 1983; Líbano de nuevo en 1983; Libia en 1986 y 2011; Panamá en 1989; Somalia en 1993 y 1998; Yugoslavia en 1999; Afganistán en 2001; Irak en el 2003; Paquistán en el 2002; Filipinas en el 2002; y Yemen el 2002.
Una pequeña parte de esas intervenciones eran denominadas eufemísticamente como operaciones clandestinas; realizadas con pequeños recursos y prácticamente al amparo de la noche, es decir, en la oscuridad. Sin embargo la gran mayoría de estas fueron incursiones militares de gran envergadura, abarcando escenarios bélicos de gran magnitud impropios para un país que se define bajo los principios de la paz y la libertad. Y esto sin tomar en cuenta el papel que jugaron los estadounidenses en las dos grandes guerras mundiales, cometiendo uno de los desmanes más cruentos que la humanidad haya conocido: el bombardeo atómico de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en 1945.
Resulta más que obvio que detrás de toda la política exterior intervencionista norteamericana su mueven los intereses de su gran industria armamentista, la cual genera millonadas para los que los promueven, miseria y dolor generando sufrimiento en las vidas de miles de ser humanos: la norma es que final de cada intervención por la defensa de la “libertad” y la “paz” al estilo EEUU se produce en los países intervenidos un cuadro de caos y de saqueo indiscriminado de los recursos naturales e incluso culturales; como ejemplo de tantos tenemos los casos de Irak y Libia quienes antes de sus conflictos creados por los Estados Unidos, contaban con las más grandes reservas de oro del planeta, tesoros que desaparecieron como por arte de magia, junto con importantes piezas arqueológicas milenarias que se guardaban celosamente en los mencionados países.
Más allá de eso nos parece importante hacernos la siguiente pregunta: ¿Por qué siendo Estados Unidos la primera potencia económica y el país más industrializado del planeta, no colaboró para que sus vecinos al sur de su territorio se desarrollaran del mismo modo que ellos? Por lo que hemos visto y experimentado eso no sucedió, pero lo que si se produjo fue la firma del Tratado Clayton-Bulwer, el 19 de abril de 1850 entre los Estados Unidos y Reino Unido, el cual sirvió para delimitar sus zonas de influencias e impedir que otros países pudieran colonizar o controlar algún país de Centroamérica. Desde entonces Estados Unidos ha ejercido un control hegemónico en el área a costa de la violación de la soberanía de estos pueblos, a través del control de su economía, su vida política y social; además de someterlos por medio del poder militar.
Es así como a mediados del siglo XX este país creó, adiestró, promovió y financió a los ejércitos de las naciones de la región, se coludieron con las pequeñas oligarquías nacionales (y donde no las había las crearon), y junto con ellos cooptaron las instituciones políticas y sociales, necesarias para legitimar todo un proceso de desmembramiento de los territorios, así como el saqueo de los recurso naturales de estos pueblos.
En otras palabras después de los colonizadores españoles, quienes quedaron relegados por el imperio inglés, fueron los Estados Unidos los que se convirtieron en el poder hegemónico en la región, convirtiendo de paso a Centroamérica en la zona clave para su estrategia de control continental. Después de 168 años en el que el país del norte a través de su poder económico y militar ha avasallado y sometido a su voluntad a naciones débiles y con una gran tradición de mansedumbre feudalista (heredada de un proceso de colonización salvaje y brutal) tenemos como gran resultado a países saqueados de sus recursos y con sus poblaciones empobrecidas buscando escapar por ironías de la vida hacia el país del norte. Casualmente ayer nos despertamos con una primicia mundial que ya habíamos visto en nuestras pesadillas: la gran marcha de aproximadamente 4,000 hondureños (entre niños, jóvenes, adultos jóvenes y mayores, hombres y mujeres) que decidieron marchar hacia los Estados Unidos en busca de un mejor futuro.
Lo interesante del caso es que miembros de las fuerzas armadas (aproximadamente 200 entre soldados, clases y oficiales) se hicieron los fuertes en los retenes fronterizos y quisieron impedir (¿con qué razones?), alegando órdenes superiores (¿de quién? ¿JOH? ¿Embajada? ¿Departamento de Estado? ¿Trump?) Que nuestros desesperados compatriotas ejercieran sus derechos humanos más fundamentales, tales como el derecho a comer o a la vida, el derecho al movimiento o la libertad, el derecho a vivir en un entorno seguro, entre otros. Lo vergonzoso es que a pesar de que la marcha ha sido noticia en los principales medios de los mismos Estados Unidos (el New York Times la denomina la “Marcha de los Ganadores del Hambre”) aquí ni nos enteramos: los medios oficiales y coludidos con el poder practican con la marcha el deporte nacional que es hacerse los locos y aquí no pasa nada, mostrando de paso su insensibilidad y falta de empatía hacia el dolor y los problemas ajenos.
Esta marcha muestra pues todo el desajuste social generado por un sistema económico que sólo acrecienta la brecha entre pobres y ricos, entre las clases desposeídas y esos pequeños grupos de parásitos (políticos, mercaderes, militares, y señores feudales u oligarcas), que históricamente se han prestado a los intereses hegemónicos de los norteamericanos en la región. La emigración en masa de compatriotas desesperados es la factura que Estados Unidos está comenzando a pagar por decisiones tomadas basadas en ese ideal mezquino de “defensa de sus intereses” y que los han hecho asumir distintos no la vida atropellada de nuestras naciones.
Estamos seguros que esto es solamente el principio de marchas y oleadas de mayores magnitudes, factores que a larga deberán ser de peso para reformular las relaciones entre los Estados Unidos y estas oligarquías nacionales, principales responsables y culpables de la situación que se vive en Honduras y en el resto de la región.
“Hola Tío Sam, aquí estoy”.