Tegucigalpa, Honduras (Conexihon).- “Si pudiera bajar una estrella del cielo…”, dice una canción en el radio de un taxi blanco que trae de nuevo a la oficina, a «esta peligrosa» mujer de 72 años, cabeza

plateada por las canas, con 1.50 metros de estatura. Viaja con sandalias. Regresa de la Corte Suprema de Justicia de cumplir con las medidas sustitutivas de cárcel.

Este viaje es de retorno. El de ida duró una hora aproximadamente, a bordo de un taxi gris. Se baja del automóvil de servicio público y avanza pasito a pasito hasta llegar a cumplir la medida cautelar.

Su peligrosidad se puede medir al escucharla autodefinirse: “Soy Gladys Lanza una mujer que lucha actualmente por la justicia para y hacia las mujeres”.

El riesgo que representa para la estabilidad hondureña ha llevado a la institucionalidad a condenarla a un año y seis meses de cárcel por haber ayudado a una mujer víctima de supuesto acoso sexual y por haber dado una entrevista para denunciar la impunidad de un hombre con poder.

Quizás por ese perfil de “peligrosidad”, los cuerpos del Estado la acechan, persiguen y acosan con aparatos de inteligencia. Hace unos días sufrió vigilancia por parte de sujetos desconocidos cuando iba a cumplir su medida sustitutiva de cárcel.

Así que Conexihon se atrevió a correr el “riesgo” de acompañarla a firmar el libro que es la medida cautelar que le impusieron.

Son casi las 3:00 de la tarde y hace un calor tropical, menos acentuado que en la costa caribeña, pero el sol brilla y también quema.

Unos 40 minutos antes, a eso de las 2:00 de la tarde; en la oficina, ella se había preparado como en una especie de ritual. Acomodó su cartera de hilo morado, sacó un espejo, se miró, lo metió en su bolso, revisó su monedero, introdujo su celular, se aplicó perfume y sólo ella sabe que va sacando de ese morral que parece contener cada vez más cosas.

Ya es tarde, sentencia. Vámonos, pide con una sonrisa. Sonríe como si su risa apacible fuera un arma que genera confianza.

Un taxi gris, uno de esos servicios expresos sin número que garantizan más seguridad en el pavimento caliente de la capital, la espera para llevarla. Vamos hacia la Corte Suprema de Justicia, le dice al taxista.

Es la misma rutina de hace meses: llamar un taxi “seguro” y después decirle, su destino, ese destino que la justicia hondureña le mandó cumplir desde que le puso como medida sustitutiva de prisión, firmar un libro, primero cada semana y ahora, desde que la condenaron debe hacerlo una vez al mes, mientras se conoce la sentencia final de la Corte Suprema. El supuesto acosador sexual fue liberado por el sistema de justicia.

Hay tráfico pesado cerca de la embajada de Estados Unidos que se ve desde el camino. El taxista dobla hacia la colonia Palmira, la figura con rostro apacible ve tras el cristal sin percibir que el conductor escucha música pop en una frecuencia local, un intercomunicador lleva y trae mensajes de los taxistas que recorren todo la ciudad, en un momento, el taxista carraspea. Ahora conduce por el bulevar Morazán y unos kilómetros después está en la colonia El Prado.

Gladys con espejuelos pequeños, tez clara, pelo blanco y un lunar en el labio, registra su cartera afanosamente y saca sus armas: una agenda y un lápiz, y escribe.

Después la guarda, se lleva la mano a la barbilla y atraviesa la ciudad con las pupilas cafés, parece no advertir las tiendas del comercio criollo y transnacional; el concreto debajo de las llantas del taxi, las bocinas de los vehículos, la ciudad opaca por el humo, las paredes pintadas en negro con leyendas como patria o muerte, el sonido ocasional de una ambulancia que se suma a la bulla cotidiana.

De repente, saca de nuevo su agenda y anota como si hubiese recordado algo o como si su libreta fuera un salvavidas de la memoria.  El vehículo pasa cerca de diario Tiempo, en la residencial Miramontes. Este lado de la ciudad es más fresco.

Gladys viaja en silencio. Mientras recorre ese camino piensa en las cosas que dejó pendientes y después empieza a decirse: “yo no he hecho nada, cómo es posible que esté con la espada de la justicia sobre mi cabeza, a punto de estar en la cárcel y los que de verdad deberían de estar, como los agresores de mujeres, no están”, cuenta en lo que pensaba mientras hacía el recorrido, unas horas después de haber ido a la Corte.

Así es el sistema, los que han robado al Estado van una vez al mes a firmar el libro y Gladys Lanza que denunció el acoso sexual del director de una fundación iba cada semana a firmar.

Cada vez que hace este mismo viaje, va indignada. “Mientras voy en el taxi me voy como dando cuerda en un sistema donde las mujeres somos violentadas”, cuenta horas después.

Su pensamiento es interrumpido cuando el motorista toca el claxon para que abran el portón. En los alrededores del Poder Judicial venden frutas.

-Por aquí está cerrado, déjeme aquí afuera, rompe el silencio Gladys Lanza.

-¿Le dijeron cuánto es?, le pregunta al taxista.

-No, responde él.

-Dígame cuánto es.

El ruletero consulta por radio, son 100 lempiras (un poco más de 3 dólares).

-¿El recibo a nombre de quién?, consulta el taxista.

-De Gladys Lanza, responde y firma el documento, va vestida con una camiseta negra con la leyenda, Campaña Nacional contra los Femicidios que hace recordar -a quienes lo saben- que cada 14 horas una mujer es asesinada en Honduras.

El guardia de seguridad la saluda con cordialidad, el receptor la recibe sonriendo y le da el libro.

-¿Cómo está doña Gladys?, le pregunta un empleado judicial.

-Vengo a firmar el dichoso libro.

-“¿Uy no le han revocado eso?”, la platican asustados los empleados judiciales casi en susurro porque están censurados por disposición del Consejo de la Judicatura.

Una vez por mes, ella coloca su nombre completo, número de identidad, número de teléfono y firma.

Ya son las 2:35, Gladys le pregunta a uno de los receptores:

-¿Este es el mes de mayo?

-¿Mande?, dice el receptor.

-¿Estoy firmando el mes de mayo?

-Sí

-Cómo ahora es una vez por mes

-¿Y cómo ha estado, bien?, pregunta Lanza.

-Yo con esta diabetes, siempre digo que estoy bien.

Siguen conversando, Gladys Lanza le da consejos para cuidar su salud y finalmente sella la plática con un, “cheque (está bien), nos vemos”.

-¡Bueno doña Gladys, que le vaya bien!

Ella sale a paso lento, se detiene y ve el estacionamiento lleno de vehículos, pensando en que se le olvidó decirle al taxista que la esperara. La gente va y viene y todos la saludan y le preguntan cómo está.

Gladys Lanza decide ir a la Unidad de Género de la Corte Suprema de Justicia, en el trayecto la gente le saluda, abraza, otras personas le expresan, «estamos con usted».

En los controles de seguridad de la Corte, los policías la saludan con simpatía. De repente se encuentra un hombre efusivo que la abraza porque dice que la conoció desde que estaba en la Empresa Nacional de Energía Eléctrica (ENEE), ‘Gladys es una mujer con pantalones’, dice en son de halago, aunque minutos después Lanza confiesa que el comentario le pareció bastante machista. Pero bien, se despiden y sigue su marcha hasta la Unidad de Género, no encuentra a las personas que busca, sale despidiéndose y sonriente con la gente que la ve.

Después que pasa, dos empleadas murmuran a sus espaldas, sí ella es, yo la conocí desde que estaba a la ENEE era aguerrida, presidenta del sindicato. Sí, esa figura menudita, con la energía apaciguada por el tiempo que recibe la sombra de los árboles  es Gladys Lanza, va caminando debajo de los almendros para salir a abordar el taxi que la llevara de regreso del viaje.

Cuando vuelve a la oficina expresa que si la mandan a la cárcel por haber denunciado el presunto acoso sexual del director de Fundevih, Juan Carlos Reyes, en contra de una subalterna que pidió la ayuda del Movimiento de Mujeres por la Paz “Visitación Padilla” será una oportunidad para capacitar a las privadas de libertad.

Gladys espera que la envíen a prisión porque tiene ilusión de trabajar haciendo conciencia con las internas para que luchen por su dignidad de mujer, voy a estar presa, pero mi mente estará libre… ¡Con ese pensamiento como no va a ser una mujer tan peligrosa!