Por: Irma Becerra

Decir que, “el arte es la sangre de los pueblos y por eso la música su pasión”, así como decir que, “los ensayos son el polvo del mundo”, decir eso en tiempos en que se cumple el 80 aniversario de los ataques nucleares de Hiroshima y Nagasaki, es, prácticamente alabar oculta y perversamente el derramamiento de sangre de los pueblos en la historia de la Humanidad, y hacer que la historia se repita en su círculo vicioso de la violencia y empiece de nuevo desde cero.
Mejor, sería decir que, el arte es la sangre que corre alegre y relacionalmente en las venas de los pueblos y sus asociados, para edificar construyendo una historia armónica en su ejecución complementaria para no herirse ni humillarse las personas entre sí ni para herir ni humillar a otros pueblos.
La historia es una gran orquesta relacional no de la distancia distópica maligna, sino de las utopías reales que enseñan la convivencia pacífica entrañable, alegre, feliz, hermosa, preciosa, llena de bondad, esperanza, agradecimiento y generosidad por la vida de todas las personas entre sí y para sí mismas.
La Humanidad es la orquesta musical más gigantesca que haya existido, que contempla a todos sus integrantes con igualdad, diferencia, diversidad e identidad no absoluta, con la finalidad de edificar y forjar su futuro no desde el egocentrismo maligno, la cobardía, la falta de coraje, la complicidad en la maldad, el complejo de superioridad o la soberbia, sino desde la conversación y el diálogo desprovistos de ego, envidia, complejo de competencia desenfrenada para ver quien es el mejor, etc. Debemos, por ello, como seres humanos verdaderamente útiles artísticamente, aprender a entonar su himno de la alianza mundial de y por la alegría en la defensa de la dignidad humana y de la naturaleza en su totalidad. Como dijera Immanuel Kant: “Ahora bien, el hombre considerado como persona, es decir, como sujeto de una razón práctico-moral, está situado por encima de todo precio: porque como tal (homo noumenon) no puede valorarse sólo como medio para fines ajenos, incluso para sus propios fines, sino como fin en sí mismo, es decir, posee una dignidad (valor interno absoluto), gracias a la cual infunde respeto hacia él a todos los demás seres racionales del mundo, puede medirse con cualquier otro de esta clase y valorarse en pie de igualdad”
En este sentido, solo la orquesta musical, sinfónica o filarmónica coral, que no se considere a sí misma como medio para derramar sangre, sino como fin en sí mismo que respeta el valor interno absoluto de la dignidad humana de todas las personas, puede considerarse una orquesta relacional de verdadero arte: el arte de ser personas racionales completas armónicamente.
El arte es la voluntad humana y de los pueblos por defender la entonación conjunta, sin distinción de edades, razas y colores, o clasificaciones de las voces en “feas” y “bonitas”, una canción universal de la alegría y esperanza desde el ser único racional humano por ser todos hermanos y ser tratados como buenos y alegres hermanos en el Bien.
Podemos, entonces, empezar por entonar todos juntos canciones alegres, incluso, al hacer senderismo, por ejemplo. Una de estas canciones sencillas y alegres es la tonada alemana: “Oda a la patata” que establece en su estribillo: “Hey di, hey da, patatas de América, hey di, hey da, patatas en su cáscara”. En alemán suena así: “Hei di, hei da, Kartoffeln aus Amerika, hei di, hei da, Kartoffeln in der Shall” y que une al continente americano con Europa y el resto del mundo.
De lo contrario, si las canciones y la música no saben ser puentes entre los pueblos y los seres humanos, y si una orquesta no es dirigida con alegría, la supuesta pasión que intente reflejar solo será la del rencor, de la incapacidad de olvidar las heridas del pasado, de la ira, del odio y de la fascinación por la violencia, emociones que no constituyen pasión humana verdadera. Esta última no es soberbia, humilladora, discriminante, rencorosa, incitadora del odio y la violencia, sino alegre, feliz, sabia, sanamente orgullosa, eternamente joven y nueva, y amorosa, porque refleja el cariño y el amor universales por una historia compasiva, lograda con el esfuerzo de una caminata conjunta espiritual de la libertad y no de la avaricia desmedida.
La música como pasión es inspirar a los demás a tratarse bien, a ser amables consigo mismos y con los demás, a ser alegres y respetuosos, además de sinceros, auténticos, francos y directos para crear puentes de unidad no de división entre los individuos y los pueblos.
La orquesta relacional auténticamente musical refleja, así, la luz iluminadora de la razón y la necesidad de acabar con todo el sufrimiento humano y de la naturaleza en general. La música como acento total, en tanto pasión de la diversidad humana no es por eso algo estridente, que se exhibe, no es bulla ni ruido, no son golpes metálicos de tonalidades desordenadas cuyo supuesto ritmo aporrea el oído y el cerebro, tampoco tiene letras vulgares y superficiales, sino que es una encarnación espiritual de la compasión en alegría relacional comprensiva por la historia forjada para gozar de la vida en sentido sublime y no para aumentar el culto a la muerte y la pulsión de muerte.
Se trata de inspirar el alma o beseelen, como indica el principio y término en alemán. Esto significa proteger el alma de los pueblos porque ya ningún pueblo será de nuevo humillado, y Alemania no será humillada nunca jamás. No hay pueblos elegidos, todos los pueblos del mundo importan para Dios, que los hace a todos libres, soberanos e independientes. La autodeterminación de los pueblos, señalada por Lenin, para referirse a la autonomía de los pueblos adyacentes que componían la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, no puede ni debe utilizarse como discurso ideológico que niega un solo imperialismo, pero que nos mantiene como súbditos de otros imperialismos totalitarios. Por eso, la Carta de las Naciones Unidas nos habla más de “determinación de los pueblos” por la libertad que, de autodeterminación, porque esta última puede ser usada para que grupos particulares o partidos políticos propaguen una ideología sectaria, chovinista o ultranacionalista que divida más a los pueblos e impida la historia como fin en sí mismo de un valor interno absoluto para la defensa de la dignidad.
Por eso, a los que no quieran sumarse a la Canción Mundial de la Alegría les decimos con firmeza: ¡Fuera de esta alianza!, ¡Raus aus diesen Bund! ¡Iremos de artista en artista, de músico en músico, de cantante en cantante, de orquesta en orquesta, de promotores culturales en promotores culturales, por la verdadera inspiración musical de la esperanza liberadora de la contaminación sónica que oscurece y enferma el cerebro y el alma!

Irma Becerra
Es escritora e investigadora independiente hondureña. Se ha doctorado en Filosofía con especializaciones en sociología del conocimiento y política social. Ha escrito once libros y numerosos ensayos sobre filosofía, sociología, educación, cultura y ética. Le interesa el libre debate y la discusión amplia, sincera y transparente. Piensa positivamente y construye formación ciudadana para fortalecer la autoconciencia de las personas y su autoestima.