jueves, abril 18, 2024
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LOS “ARRIMADOS” URBANOS: HÉROES ANÓNIMOS

Por: Carlos Méndez

Año con año, cientos de  miles de personas se vienen a las grandes ciudades de Honduras que, como Tegucigalpa, se convirtieron desde hace tiempo, en una suerte de imán cuyo jalón magnético no es precisamente la algarabía de las masas atrapadas por el mercado, la corpulencia de sus edificios o las caprichosas figuras descomunales que se forman cuando las luces artificiales encienden la noche, sino en necesidades humanas radicales irresueltas.

Por eso, cada vez que se le da vuelta a la ultima hoja de un calendario, más de 30 mil personas se vienen a la capital de Honduras y otro tanto no menos importante, en lugares como Choloma, sin más prevención que su imaginario a cuestas, que ya es bastante, porque en cada migrante existe la profunda convicción que los sueños son posibles y que la ciudad solo es un medio para llegar a ellos a través de  un empleo, poner un “negocito” en la calle, estudiar o simplemente sobrevivir, para construirle un rostro diferente a sus vidas.

Pero, ¿qué pasa cuando alguien se decide de un día para otro, “tomar por asalto” el pavimento o las calles polvorientas de los barrios o colonias, sin hacerse las preguntas básicas de prevención? ¿Cómo hacerlo? ¿Dónde ir? ¿Qué hacer después? Muchos migrantes al llegar a la ciudad se vuelven en seres erráticos, que encuentran a veces una mano solidaria que les brindan un  albergue pasajero, otros por el contrario, se toman los recovecos de los puentes o construcciones abandonadas, pero un buen porcentaje de los mismos van a parar a la casa de un familiar que los recibe “con los brazos abiertos” pero que, a los pocos días, se volverán en cargas pesadas para los suyos con, o sin razón alguna, y que los convierte no siempre, hay que decirlo, en seres incómodos  a pesar de ser útiles o serviciales en los espacios domésticos y cotidianos a donde llegan.

Hay algo en los nuevos inquilinos que se vienen de ”romplón” a una casa y que molesta a los miembros  fundacionales de un hogar cualquiera y que hace sentir   que los que llegan se vayan  convirtiendo en una molestia o estorbo. Entonces surge un malestar que comienza siendo silencioso por  esa  no comprendida “violación” íntima a un espacio ya ocupado y que ayer era exclusivo de determinados miembros de la familia, celosos de que el nuevo “intruso” les quite “algo”, que no es material necesariamente  y que va generando, un reprimido malestar que se irá materializando en conductas hostiles;   primero, disfrazadas con  sutileza y después de rechazo  abierto al que viene de afuera en donde incluso se utiliza un lenguaje discriminatorio; excluyente.

En estos espacios seguramente fue donde surgió el concepto  grosero de que,   “el muerto y el arrimado, a los tres días hieden” y que se interiorizó como una expresión lapidaria en el diccionario urbano. No todos los “arrimados” urbanos sufren, cuando llegan a un sitio urbano despectivo y hasta humillante, pero los que transitaron por este episodio, muchos de ellos, la mayoría quizá, lucharon contra todo pronostico blandiendo en su corazón y puño una paciencia espartana, convencidos que era “el precio” que tenían que pagar, a cambio de lograr sus sueños, los que hicieron posible con la alegría como de alguien que descubre una nueva estrella en otra galaxia. Y allí los tenemos. Unos convertidos en médicos exitosos ,  abogados, arquitectos, enfermeras, empresarios, y empresarias,  ingenieros, periodistas, sacerdotes,  humanistas, etc.   

Las historias de muchos  inmigrantes “arrimados”, son historias de  héroes anónimos, tan luminosas  como las de los y las que se fueron a Estados Unidos, Europa etc. y que merecen ser contadas.

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